Humanidad Siglo XXI… Vivimos al ritmo frenético de la ciudad, casi sin darnos cuenta de que el estrés que conlleva la vida moderna nos aleja de la naturaleza. Vivimos desencontrados con nuestra propia naturaleza. 

Nos estamos convirtiendo en criaturas encerradas entre cuatro paredes de hormigón, que se relacionan a través de las pantallas durante la mayor parte del tiempo, y distraídos de los cambios sutiles que se suceden día a día en el entorno natural. Eso puede tener consecuencias fatídicas en nuestro organismo.

El escritor estadounidense Richard Louv describió por primera vez ese trastorno en 2008 y le llamó “déficit de naturaleza”, en su libro “Last Child in the Woods” (El último niño de los bosques). Basándose en destacadas investigaciones que demuestran cómo el contacto directo con la naturaleza es esencial para el desarrollo humano -especialmente en infantes-, detalla las consecuencias negativas que se producen por no tenerlo con regularidad: obesidad, dificultad de atención, enfermedades cardiovasculares y, la más generalizada: depresión.

Louv también detalla los efectos positivos del contacto cotidiano con la naturaleza que nos rodea: desarrollo y potenciación de todos los sentidos, facilidad de integrar aprendizajes, enriquecimiento de la creatividad o desarrollo general de las habilidades psicológicas de los niños a través del vínculo con todo lo natural, entre otros.

¿Cuestión de tiempo?

La periodista británica Sarah Ivens, autora de “Forest Therapy” (Terapia del bosque), sugiere en su libro una forma de terapia para evitar los trastornos de déficit de naturaleza y consiste en una suerte de equilibrio de tiempos. Según ella, pasar más tiempo en el bosque, o en la playa, o en el campo o en la montaña nos aportan muchos beneficios, y los puntualiza:

– Tiende a disminuir la presión arterial

– Bajan los niveles de ansiedad, ira, depresión, síndrome de estrés post-traumático, déficit de atención o hiperactividad.

– Aumenta la capacidad de atención, conciencia sensorial y percepción.

– Mejora la calidad del sueño

– El sistema inmune se fortalece.

– Aumenta la energía y la vitalidad.

– Mejora de la actividad celular anti-tumoral.

– Incrementa la capacidad cerebral y la claridad del pensamiento.

– Mejora la autoestima, la empatía, la bondad y la compasión.

– Mejora la creatividad y la intuición.

– Disminuye la obesidad

El problema de vivir en la ciudad

Bastante se ha escrito sobre los pros y contras de vivir en la ciudad (a continuación va una muestra: Ventajas y desventajas de vivir en la ciudad). El ser humano es un ser social, está en su esencia el impulso de reunirse en pueblos, y entendió rápidamente los beneficios que eso significa; pero -al parecer- los grandes núcleos urbanos nos exigen traspasar ciertos límites que nuestro organismo sufre y comenzamos a desnaturalizarnos

Podemos enumerar varias causas por las que perdemos la salud, pero pareciera que todas tienen relación con que en las ciudades se vive apurado (lo que nos vuelve a la teoría de Sarah Ivens).

Habitar el ritmo frenético de una urbe, nos “inocula” en el cerebro el concepto de que no hay tiempo. Vivimos corriendo para cumplir horarios y no nos deja tiempo ni para respirar tranquilos. 

No hay tiempo para la contemplación de fenómenos estelares que marcan nuestros ciclos vitales (ciclos solares, lunares, terrestres). Tampoco tenemos para cocinar, ni para detenerse a saborear lo que comemos, ¡mucho menos para pensar si lo que estamos comiendo nos alimenta o nos enferma!

Un buen hábito: saber de qué nos alimentamos

Conocer los componentes nutritivos y químicos de los alimentos es un buen hábito que nos reconecta con nuestra naturaleza. La actitud de interesarse por lo que ingerimos abre un abanico de ventajas para planificar el menú semanal/mensual en casa. No se trata de consumir productos aislados simplemente porque hacen bien, sino de preparar platos de comidas que fortalezcan el cuerpo y fomenten el bienestar, según los gustos y necesidades de cada integrante del hogar.

Los alimentos creados por la naturaleza contienen un enorme poder preventivo y curativo. Cientos de investigaciones científicas comprueban que los frutos de nuestra “madre tierra” son lo mejor ante numerosas patologías, como aquellas de origen autoinmune, cardiovasculares, algunos tipos de cáncer, enfermedades del colon, asma, depresión, pérdida de memoria; debido a sus componentes fotoquímicos. 

Nelba Villagrán, nutricionista chilena, afirma que “no son sólo nutrientes, sino también compuestos que tienen propiedades terapéuticas como antioxidantes, antibióticos, protectores hepáticos o anticancerígenos”. 

La acción terapéutica la otorgan estilos alimentarios basados en alimentos vegetales, integrales y orgánicos, que se encuentran en las dietas mediterránea o vegetarianas, pues las proteínas de origen animal complicarían la eliminación de toxinas acumuladas en el cuerpo.