La cantidad de personas que tienen sobrepeso y obesidad ha avanzado en los últimos 50 años hasta convertirse en una gran preocupación mundial. Tanto, que ya encarna las características de una pandemia.
¿Cuándo una enfermedad se considera pandemia? Cuando se propaga rápidamente entre la población, en regiones geográficas extensas.
Y es así: en los últimos cincuenta años, la obesidad se ha casi triplicado en el mundo. Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OSM), en 2016, más de 650 millones de adultos eran obesos. Para dimensionar este fenómeno, equivale al número total de habitantes de América Latina y el Caribe (667 millones estimados para 2021).
Claro que, a diferencia de una pandemia de origen infeccioso como el COVID-19 o el HIV, la obesidad y el sobrepeso avanzan de manera silenciosa. No son noticia cotidiana ni el foco de las políticas públicas sanitarias. Aunque debieran serlo.
Promotora de otras enfermedades
Hay que destacar que el grosor de nuestra cintura es algo más que estética, ya que la gordura acorta nuestra cantidad y calidad de vida. Es que de ella derivan muchas otras enfermedades, como cardiopatías, cáncer, diabetes, osteoartritis, enfermedad renal crónica y también enfermedades neurodegenerativas.
“En la actualidad contamos con evidencia inconfundible e irrefutable de que el sobrepeso o la obesidad aumentan las posibilidades de sufrir deterioro cognitivo, pérdida de tejido cerebral y una gran variedad de trastornos neurológicos, desde depresión hasta demencia”. Son palabras del doctor David Perlmutter, en su libro Alimenta tu cerebro.
En este sentido, el autor del best seller Cerebro de pan explica que la grasa visceral libera toxinas que afectan todo el cuerpo. Dicho en otras palabras, el diámetro de la cintura también se relaciona con padecimientos como el cáncer, trastornos autoinmunes y enfermedades neurológicas (depresión, alzhaimer y deterioro de la función cognitiva).
Obesidad infantil
Como esta enfermedad no es fácil de revertir, los especialistas están aún más preocupados por el crecimiento de la obesidad infantil.
El mismo informe de la OSM señala que en 2016 había más de 340 millones de niños, niñas y adolescentes (de 5 a 19 años) con sobrepeso u obesidad. Este número equivale al doble de la población total de México (128 millones estimado en 2021).
“La generación que nace hoy va a ser la primera generación en el mundo que va a vivir menos que sus padres y eso es debido a la obesidad”. El alerta viene del doctor Alberto Colmillot, especializado en nutrición y obesidad, en una charla TED dedicada al tema.
Prevenir la obesidad desde el nacimiento
Además de los hábitos alimenticios y la predisposición genética, el peso saludable tiene relación directa con la calidad de tu flora intestinal.
En este sentido, Perlumutter explica que los bebés expuestos a una amplia gama de bacterias benéficas al comienzo de su vida tienen mucho menos posibilidades de desarrollar obesidad, diabetes y problemas neurológicos.
¿Quiénes están en riesgo? Es una cadena. Alimenta tu cerebro explica que están en riesgo los bebés que nacieron por cesárea y los que fueron alimentados principalmente con leche de fórmula. Ellos suelen sufrir mayor número de infecciones crónicas para las cuales reciben antibióticos.
En palabras de la doctora María Gloria Domínguez-Bello, de la Universidad de Nueva York «los antibióticos son como un incendio en el bosque. El bebé está formando el bosque, pero si hay un incendio en ese recién creado bosque, el resultado es la extinción».
El poder de la flora intestinal
En primer lugar, en el intestino del ser humano existe un microbio (helicobacter pylori) que se asocia con la regulación del apetito. Este “ha disminuido su presencia en los tractos digestivos occidentales, debido a las condiciones de vida higiénica y al uso indiscriminado de antibióticos», sostiene Perlmutter.
Además de ello, la fructosa procesada y los edulcurantes artificales cambian tu flora intestinal y afectan la producción de leptina, una hormona importante vinculada con la supresión del apetito.
Por otra parte, están las bacterias firmicutes que aumentan la absorción calórica del cuerpo. Cuanto más presentes estén en el tracto gastrointestinal, más probabilidades de generar aumento de peso. Frente a ellas, las bacteroidetes tienen un efecto inverso. Se especializan en digerir almidones de origen vegetal y fibras en moléculas de ácidos grasos más cortas, las cuales el cuerpo aprovecha como energía.
Así, la proporción de firmicutes a bacteroidetes es lo que hoy se considera un «biomarcador de obesidad».
Consumir más fibra dietética y fermentos naturales modifica la proporción bacteriana. Y está demostrado que hacer ejercicio, además de quemar calorías, favorece el crecimiento de colonias intestinales que previenen el aumento de peso.
Por su parte, Colmillot confía en la neuroplasticidad del cerebro humano y promueve la educación terapéutica. A sus pacientes gordos (así los llama, sin eufemismos) los encamina hacia el empoderamiento y la autogestión de la enfermedad.
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Escrito por Lic. Anabel González